lunes, 24 de septiembre de 2012


Cuando Emmanuel Lévinas publicó Totalidad e infinito, ya era un pensador respetable por sus anteriores obras. Pero esta lo determinó como un filósofo que ponía en duda una tradición que siempre pospone la necesidad a los estudios del ser. Lévinas anteponía la ética a cualquier otro pensamiento. Si la ética vela por la vida del otro, el cual me pide ser su rehén dentro de la necesidad, entonces este se debe anteponer a todo, incluso al estudio del ser. Esto determinó sus posteriores investigaciones, algunas desde la religión y otras desde la filosofía. Y de esta manera fue decantando ciertos aspectos que son peligrosos y atentan contra la vida de la humanidad, unos que la engullen engañándola, y algunos que la niegan rotundamente. Entre estas últimas estaba el poder y sus múltiples manifestaciones en belleza, en sabiduría, en fuerza, en convencimiento, en inteligencia.
Y aquí descubrió que los humanos siempre nos identificamos con ello, con el poder. Es decir, la identificación desde lo leviniano es desconfiar de la identificación misma, porque puede que detrás de ella no se esconda sino una de las formas del poder; y atrás, la mismidad: el peor de nuestros desencuentros, la fatal negación de libertad. Prisioneros de lo mismo, en donde todo se busca como lo mismo, nos olvidamos de la diferencia que encarnamos, que es insustituible, y que nos hace responsables de mantener toda la vida humana posible y desarrollarla hasta que nos legue su diferencia.
Sin embargo a veces, cuando hablamos de identidad, como se hizo desde la tradicional Clase Inaugural de las Ciencias Jurídicas de la Universidad de San Carlos, lo que podemos encontrar es un pedido por una auténtica solidaridad, pues en realidad el discurso de la identidad nacional responde a la herencia de un pensamiento colonial o de dominación occidental.
La alma máter debe aportarnos continuamente con sus investigaciones sobre la dimensión del otro dentro de la complejidad cultural actual, y desde nuestro pensamiento contemporáneo latinoamericano.
URGE RECONSTRUIR LA IDENTIDAD NACIONAL(Extracto de la lección inaugural de la historiadora Edna González Camargo)
Es urgente que se reconstruya la identidad guatemalteca, si queremos vivir en un Estado-nación democrático e incluyente.
La identidad nacional guatemalteca se consolidó alrededor de los Estados–nación de la época republicana, pero ello  implicó  la negación y el no reconocimiento de la pluralidad social existente, circunstancia que determinó la no construcción de una conciencia colectiva.
En esa identidad nacional quedaron olvidados los 2,500 años de historia maya que han de  ser  el referente histórico-cultural de todas y todos los guatemaltecos sin exclusión, superando los intereses clasistas y etnocéntricos que, peligrosamente, nos pueden conducir a asumir posiciones discriminatorias, con la lamentable consecuencia del debilitamiento de nuestra identidad nacional frente a otras identidades.
Ante el proceso de globalización, que conmueve, distorsiona, impone toda una serie de manifestaciones culturales que van siendo adoptadas y que paulatinamente nos empujan a sentirnos cada vez más ajenos a nuestra identidad nacional, es imperativo que desde un Estado-nación democrático e incluyente se cohesione y reconstruya la identidad guatemalteca, pero no solo de palabra ni con nuevos símbolos cívicos (vacíos), carentes de identidad, sino con un criterio de real pertenencia.
El Estado-nación guatemalteco ha de constituirse como un verdadero instrumento político que consolide y afiance no solo la autonomía cultural, sino también lo económico y político de nuestro país, y en esa construcción todas y todos estamos obligados a ser los principales actores, superando los prejuicios de las diferencias culturales, étnicas y lingüísticas.